lunes, 23 de febrero de 2015

La mudanza.

Hace mucho tiempo que tengo esto abandonado. Es curioso que porque viendo las últimas entradas de aquí, podría parecer que estaba dispuesto a retomar el blog. Incluso llegué a prepararme para un reto de escritura y todo....
¿Qué ha pasado? 
Pues que me he mudado. En octubre del pasado año este niño que no terminaba de nacer se fue a Tumblr, y allí se desarrolló con algo más de fuerza. Completé el reto, escribí cosas nuevas... y planeé (y planeo)  muchas más. 
Para encontrar todo esto que digo, pueden pinchar en el botoncito de arriba que dice Tumblr. No tiene mucho misterio, ¿verdad? Pero por si acaso el improbable lector anda algo espeso, aquí dejo un enlace dispuesto a llevar a los trabajos, placeres y reblogueos de los últimos meses. 
http://tonybaratheon.tumblr.com/
¡Adiós! ¡Espero verte en otro lugar, lector de estas líneas, si alguna vez llegas a existir!

sábado, 25 de octubre de 2014

Un día menos de mi vida.

Por lo general, nunca he conciliado muy bien el sueño. Sin embargo, una vez dormido, el despertar es casi más arduo que el llegar a dormirme. Pero incluso para mí, el hecho de dormir 21 horas de un tirón es excesivo. Aunque tampoco es extraordinario, a ser sinceros. A veces me sobreviene un pesado cansancio, y soy capaz de realizar estas monstruosidades.
Pero no es por el sueño por lo que vengo a escribir aquí. El problema es el tiempo desperdiciado. Acabo de tomar conciencia de que probablemente si hubiese estado despierto, el resultado a estas horas hubiese sido el mismo que el que ahora tengo. Nada. Sólo algunas palabras tiradas al viento. Y eso siendo positivos. Lo más probable es que hubiese continuado mi procrastinación y hubiese seguido sumergido en la nada. 
Pero, ¿acaso hago algo útil ahora? De hecho, aunque fuese la más trabajadora de las personas, ¿haría algo relevante? Me temo que no. Me temo que todos los caminos llevan a un abismo de vacío. 
Veo a todo el mundo seguir adelante con sus vidas, con sus metas. Y luego estoy yo (y otros muchos, no nos engañemos), que me quedo aquí, escribiendo estas líneas, o dando una vuelta, pero sin objetivo alguno. Me preguntan por el futuro, y sólo soy capaz de decir que no lo sé. Si estoy de buen humor, no puedo evitar pensar "tú tampoco lo sabes". Pero ahora, cuando un ánimo sombrío me cubre, lo único que veo el sendero oscuro ante mis pies, sin meta alguna, que no lleva a ninguna parte. 
Es un sendero que se repite sin cesar, día tras día. Uno hace siempre lo mismo. Podría decirte, sin temor a equivocarme, que voy a estar haciendo la semana que viene. Claro está, que como no sé que hago, tampoco puedo dar una respuesta. Es todo un silencio incómodo. 
Si hace unos meses, cuando empecé a escribir algunos desahogos por aquí, mi mayor preocupación era aquella confusión amorosa y el cansancio, me he hundido aún más por la misma senda, y el cansancio ha llegado a agotamiento, a vacío y a nada. 

jueves, 23 de octubre de 2014

Un propósito: Wordsvember.

La cosa ha surgido esta tarde, en medio de una conversación. "Oye, Tony, ¿vas a hacer el Wordvember?"

Yo, que en la vida había escuchado tal palabra, pedí explicación. El Wordvember es un proyecto, cuyo origen desconozco (y que tampoco me importa mucho, la verdad), y que consiste en escribir una historia, o un poema, o cualquier cosa mínimamente literaria, cada día del mes de noviembre. Ojo, literaria con un criterio apropiado. Que nadie se nos ponga en plan Christopher Tolkien y nos publique hasta la lista de la compra. 
En fin, una vez escrito esto, pues lo compartes por las redes sociales con el hashtag #wordvember. O lo guardas en un cajón. O te limpias el culo con los textos. La cuestión es que escribas un rato, que te entretengas con esto, y bueno, esas cosas por las que escribe la gente. 
Que si tu plan es hacerte famoso con tu obra, ya te puedo decir que te dejes de wordvembers y te pongas a escribir algo bueno. Pero es poco probable que lo hagas, a no ser que seas un genio, porque si lo único que te mueve es el afán de notoriedad, todas tus historias serán de lo más mierder y comercial que encuentres. Pero bah, también te lo puedes tomar como un ensayo para lograr tu éxito. Quizás te des cuenta de que tienes algo que contar... o de que sobras. En realidad me la pela, y yo me limito a desvariar un poco, que se me da de muerte. 
Pues bueno, ya tenéis una idea de que es esto, y solo falta decir que me propongo hacerlo. (Que luego procrastinaré, y habrá días sí y días no, y meh meh, y acabará todo como un bonito proyecto sin realizar, pero allá vamos.
Quizás no os ha quedado claro. Pues buscadlo por Internet, que algo os saldrá. O no. 

miércoles, 15 de octubre de 2014

Un caminante.

Últimamente, cada vez que me pongo a escribir, siempre aparece una misma idea: un hombre que camina, solitario, por un sendero. Puede ser un caballero medieval, un hombre moderno o un alienígena. Puede cabalgar por un bosque oscuro por la noche, puede que andar por un camino embarrado mientras diluvia, puede que se esté friendo bajo el inmisericorde sol de un desierto. Da igual. Siempre es lo mismo, el errante que va por los caminos del mundo. No hay un destino fijo, nunca llega al lugar. O si llega, siempre ha de descubrir que la meta verdadera es el camino. 
Es este hombre alguien sin origen, y sin futuro. Es un hombre que no tiene patria alguna, que no desea tenerla. No tiene un plan para mañana, sólo el mundo que va descubriendo bajo sus pies. A veces encuentra un abrupto final. Un abismo, un río infranqueable. O la muerte. Pero incluso en ese último caso ha merecido la pena. Ha sido una buena vida. Ha visto las arenas del desierto, las verdes llanuras, los bosques umbríos, los montes nevados. Su viaje no ha sido fácil, ha tenido hambre, ha estado cansado, también hubo un momento en el que dijo: "No puedo más". Pero más tarde, nunca se arrepintió de la sed del desierto, ni de nada. Sólo se arrepentía de los actos del momento; lo pasado era contemplado con cierta benevolencia. Si algo había estado mal, ahora tampoco podía cambiarlo, así que le daba igual. 
Para él, el pasado no existe. Es una sombra, y jamás retornará sobre sus pasos. El futuro no tiene importancia, es un paso como el que doy ahora, pero en otro sitio. Sólo hay presente, el paso que doy sobre esa piedra llena de líquenes, la mirada que se pierde en el terreno irregular. Un viento cálido mueve los arbustos amarillentos en la tierra marrón. El hombre, con su paso tranquilo, que disfruta del momento, que disfruta del mundo, se pierde tras un horizonte, que siempre es el mismo, que nunca es igual. 

miércoles, 8 de octubre de 2014

La mosca

La mosca volaba a toda velocidad. Pasó sobre un tentador pedazo de melocotón, pero el matamoscas azul la perseguía. Las fantásticas luces del televisor estorbaban su visión. El gigante se abalanzó sobre ella con su arma mortífera. Pero como es lógico, no la atrapó. El humano chilló. La mosca aceleró y voló sobre la mesa todavía sin quitar. Dribló el matamoscas a toda velocidad y dio la vuelta sobre sí misma en pleno vuelo. El humano la perdió de vista y elle aprovechó para descansar en una mesa.
Sin previo  aviso, el humano  la atacó. La brutal embestida hizo levantarse a todos los platos sin quitar, y el estampido fue enorme. Pero el insecto escapó por micras, dejando al niño humano rabioso.
– ¡Mosca hija puta, te voy a matar!
La mosca salió por la puerta y se fue al porche. Él la siguió. Voló hasta la puerta de la adorada despensa, pero el matamoscas la persiguió con un torrente de golpetazos que levantó nubes de polvo que el humano no pudo ver.
 –Niño, deja hacer ruido, qu´es la hora la siesta –gritó con voz chillona la madre.

La mosca, aliviada, paró su vuelo. Un cruento matamoscas paró su vida para siempre

sábado, 4 de octubre de 2014

Los ojos negros


Johaed cabalgaba por el bosque de Aldecoa. Exceptuando unas pocas aldeas, y una mansión solariega, en aquella región desolada sólo se alzaba la antigua fortaleza abandonada de Aldecoa, que destacaba entre los numerosos árboles. 
El sol estaba ya poniéndose, y el canto de las aves nocturnas sustituía a los de las diurnas. Johaed era un comerciante de telas, y tras vender su género en Suferin, el mayor mercado del reino, volvía a su hogar en Igori. Para ello debía cruzar aquella provincia abandonada, que sólo hacía unos siglos era la próspera capital del reino de Aevron. Y si había algo que detestaba nuestro mercader era la soledad y el abandono. 
La oscuridad creciente, unida al frío invernal y a la inquietud natural de Johaed, le hacía estremecerse en su silla. Se arrebujó en su capa de pieles y continuó el camino, en búsqueda de una aldea o algún caserío en el que pernoctar. Pero pasaba el tiempo, la oscuridad terminó de caer sobre la tierra, y ninguna casa aparecía, ninguna luz señalaba el camino. El susurro del bosque, omnipresente, cobraba mayor relevancia, y el hombre atento podía sentir la vida hormigueando en los arboles, sobrevolando las copas, correteando y reptando entre las hojas caídas. 
Cabalgaba en una penumbra casi absoluta. La atmósfera era más densa y opresiva a cada minuto que pasaba. El jinete se encogía, sintiéndose intensamente observado. Era consciente de que estaba solo, pero de de que a la vez no lo estaba. Estaba siendo visto, no por alguien, sino por algo. Quizás parar a descansar fuese la mejor idea, pero no podía irse a una orilla del sendero. No tenía suficiente valor como para dormir con aquella presencia imposible. 
“No son más que imaginaciones tuyas. Meros ruidos.”, se repetía en voz baja, como un mantra, pero pese a ello el temblor se hacía más fuerte, y los ojos miraban más los cambiantes juegos de sombras que el sendero. ¿Era un paso lo que se oía a la derecha? ¡Una silueta humana! Oh, no. Sólo un árbol, agitado por el viento invernal. Lo que se mueven son ramas, no brazos. Sólo hay árboles, y pequeñas alimañas. Y la mole oscura, alta y amenazante, de la torre de la fortaleza abandonada. 
En las noches oscuras, de luna nueva, los duendes y las brujas hacen sus aquelarres. Bailan desenfrenados, pronuncian sus conjuros, realizan su ritual. Vuelan entre los árboles, y caen sobre la víctima. Pero cuando Johaed alzó el rostro esperando ver a la hechicera siniestra, sólo vio un búho con un ratoncillo recién apresado.  
La medianoche había pasado ya. Johaed apenas se atrevía a respirar, se veía rodeado por mil sombras danzantes. Ramas en movimiento. O no. El hombre se aferraba, tembloroso, a las riendas. Llegó una señal inequívoca. Una voz. No era búho, ni mochuelo, ni ratón, ni alimaña alguna. Era la voz de un niño. El comerciante se quedó paralizado. De entre las sombras, surgió una pequeña silueta oscura.
Johaed emitió un balbuceo. El niño parecía perfectamente normal, pero algo, ese algo que lo llevaba persiguiendo desde hacía horas, atenazaba al hombre. El niño le miraba, pero era incapaz de distinguir sus rasgos. “Sígueme. Conozco un refugio.” Pero el caballo se negaba a seguir, el corazón de Johaed se resistía, oprimido. 
La marcha abandonaba el sendero. Caballo y jinete hacían un esfuerzo de voluntad para seguir. Entre el suspiro de los árboles, pasaban las tres siluetas. Las ramas azotaban de cuando en cuando el rostro de Johaed. Nadie hablaba. Ni siquiera cuando llegaron a un claro, en el que persistía un edificio solitario y oscuro. Ninguna luz asomaba por las ventanas. Ventanas rotas. Como la techumbre. Como, incluso, una de las agrietadas paredes. El niño se volvió. Sin una palabra. Johaed no llegó a identificar sus rasgos. Sólo aquellos grandes ojos, ojos sin iris ni escleróticas, de negro total. 
El mercader cayó del caballo, envuelto en un manto de oscuridad, mientras en su retina se grababan, eternos, los ojos negros.