La mosca volaba a toda
velocidad. Pasó sobre un tentador pedazo de melocotón, pero el matamoscas azul
la perseguía. Las fantásticas luces del televisor estorbaban su visión. El
gigante se abalanzó sobre ella con su arma mortífera. Pero como es lógico, no
la atrapó. El humano chilló. La mosca aceleró y voló sobre la mesa todavía sin
quitar. Dribló el matamoscas a toda velocidad y dio la vuelta sobre sí misma en
pleno vuelo. El humano la perdió de vista y elle aprovechó para descansar en
una mesa.
Sin previo aviso, el humano la atacó. La brutal embestida hizo levantarse
a todos los platos sin quitar, y el estampido fue enorme. Pero el insecto
escapó por micras, dejando al niño humano rabioso.
– ¡Mosca hija puta, te
voy a matar!
La mosca salió por la
puerta y se fue al porche. Él la siguió. Voló hasta la puerta de la adorada
despensa, pero el matamoscas la persiguió con un torrente de golpetazos que levantó nubes de polvo que el
humano no pudo ver.
–Niño, deja hacer ruido, qu´es la
hora la siesta –gritó con voz chillona la madre.
La mosca, aliviada, paró su vuelo. Un cruento matamoscas paró su vida
para siempre.
Ojo, es muy corto, pero para tener ya dos años y estar inspirado en una moscucha de mierda, pues no está tan mal.
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